diciembre 5, 2024
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Por Ivette Estrada

La máscara que elegimos para navegar en esta realidad no es fortuita. Responde a los enlaces invisibles que generamos con nuestros principales valores y credos.

Los valores son los que determinan en gran medida nuestra personalidad, aspiraciones e incluso la manera de trabajar, conformar equipos y amar. Todo es parte del color del cristal con que se mira o nuestro discernimiento de la realidad.

Pese a la unicidad en cada uno de nosotros, el propósito de vida puede generarse a través de sólo nueve valores universales. La manera de combinar cada uno de ellos y la proporción de los elementos que se emplean conforma lo que somos. Estos son los nueve valores:

  • Logro, ambición, éxito e influencia.
  • Conservación, concientización y protección.
  • Cuidado representa servicio, lealtad y cariñoso.
  • Libertad se liga al aprendizaje, exploración e independencia.
  • Respeto se determina por lo que nos tenemos a nosotros mismos y de lo que somos capaces.
  • Tradición, por su parte, está vinculado a ser respetuoso, moderado y humilde.
  • Goce tiene que ver con la variedad, emoción y aventura.
  • Estabilidad, por su parte, es orden, pertenencia y respetabilidad.
  • Igualdad/Justicia está alineado a la inclusión, equidad y armonía.

¿Cuál de estos poseemos y en qué proporción cada uno de ellos? El autoanálisis podría conducirnos a encontrar no sólo vocación sino abrirnos panoramas de posibilidades impensados. Esto podría conllevar a realizar cambios drásticos en el ejercicio profesional o a adecuar nuestras expectativas en lo que ahora realizamos.

Para facilitar el dibujo de nuestro propio paradigma podemos partir de tres de los prototipos más usuales.

Uno de ellos es el espíritu libre que tiende a encontrar significado en situaciones en las que controlan lo que hacen y cuándo lo hacen. Suele trabajar de forma independiente mientras se otorga oportunidades para probar ideas con otros y suele elegir cómo lograr sus metas sin dejar de observar las tradiciones de su familia y cultura.

Sus principales desafíos aparecen al estar atascado con procesos inflexibles, ser censurado en público o presionado a tomar medidas únicamente para aumentar la productividad. Prevalece la libertad, respeto y tradición como sus principales ejes.

Otro prototipo es el triunfador, que encuentra un propósito en la acumulación de recursos sociales o materiales. A menudo encuentra sentido en la superación personal.

Suele abrazar oportunidades para aumentar las ganancias e incrementar estatura a los ojos de los demás, ser la autoridad en un tema e impresionar a los demás, crear oportunidades para la diversión y la emoción.

En contraparte, resultan sus mayores desafíos sentirse invisible o carente de influencia en un grupo, enfrentarse a situaciones de alto riesgo, temer que el fracaso equivalga a humillación o actuar fuera de sincronía con su cultura/religión.

En el prototipo del triunfador prevaleccen el logro, tradición, respeto y goce.

El cuidador es el tercer prototipo universal. Para él tiene sentido elegir cómo y cuándo cuidar a los demás, le importa menos la ganancia material o lo que los demás piensen de ellos.

Es capaz de ayudar a otros o ser mentor de colegas, logran un equilibrio entre el trabajo y la vida personal que brinda oportunidades para responder a las necesidades de familiares y amigos. Poseen una sensación de seguridad y orden.

A la par, les genera incertidumbre estar lejos de la familia y los amigos o aislado de los colegas. En este tipo de personalidad predominan los valores de cuidado y estabilidad y en menos medida los de libertad, goce e igualdad.

Trazar el propio paradigma implica establecer un porcentaje o puntaje de cada uno de ellos según su preponderancia en nuestra vida. Elegir los más representativos y los tres con una importancia significativa pero secundaria. Después de ello se le puede dar al propio paradigma de valores-personalidad un nombre que nos identifique.

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